New York, New York. El maratón más famoso del mundo. Más de 50 mil corredores lo convierten también en el más numeroso. Para muchos, su primer maratón, para otros, su único maratón. Nada atrae más que los 42 Km de la ciudad de Nueva York. En el 2011 me había tocado ser parte de la experiencia. Mi primer maratón fuera de mi país, mi tercer maratón en total. Aquella experiencia fue inolvidable. Con poca experiencia encima, había disfrutado y sufrido de todos los imponderables de semejante desafío. Cuatro años más tarde, con las seis Majors completas, volví a Nueva York para mi segundo maratón en esa ciudad y mi maratón número doce. Doce veces enfrentándome, como otros miles, al máximo de mis posibilidades. El maratón se corre en serio, así vivo yo el running, aun en una carrera tan festiva como esta.
En lugar del ferry, esta vez llegué a la largada en micro. Es mucho más cómodo, es más relajado, es más seguro para llegar a tiempo. Sí, llegué, como muchos, bien temprano. La temperatura era baja pero no demasiada y no llovía, así que la espera no fue complicada. Con mis muchos amigos del running team, esperamos relajados. Como la espera es larga, se puede desayunar ahí, pero eso dependerá de cada estilo y plan de cada corredor. Yo desayuné en el hotel y llevé algunas galletitas que habitualmente como, una botella de agua y un G1 de Gatorade para antes de la largada. De todos y cada uno de los detalles tomé nota, porque la experiencia en las carreras se va sumando así, maratón tras maratón.
Una de las muchas cosas que siempre que me parece digna de destacar es que a la largada de la carrera, como ocurre en las Seis Majors, no entra absolutamente nadie que no tenga que ver con la organización o no sea corredor. El corredor entra en el campamento de la largada y entra en otro mundo. Una de las razones por las cuales la gente no tiene chance de colarse en una carrera (sólo en Argentina esto es un tema grande) es que no pueden salir de la largada. Tomen nota organizadores locales. Y tomen nota corredores locales: Respeten las reglas siempre. Luego del campamento, uno va tirando las cosas que no llevará en la carrera y, si ha elegido eso, dejará una bolsa con lo que desea que le lleven a llegada. Esto también está organizado al milímetro. Luego vamos a los corrales de largada. Yo era Ola 1, Corral A, Naranja. En Nueva York hay varios horarios de largada y diferentes corrales. Por mis tiempos se me otorgó el de delante de todo, detrás de los Elite que no tienen corral sino que entran por otro lado. En uno de los corrales me encontré Nahuel, con un conocido de Facebook, que se acercó a saludarme. Es bueno pasar esos minutos relajado, charlando. Sin perder concentración, pero con algo de tranquilidad. Al lado nuestro había un joven bastante raro, que tenía toda clase de tics y no paraba de saltar en el lugar. Lo pasaríamos más adelante en la carrera.
La ceremonia previa es emocionante. Delante nuestro tenemos el enorme puente Verrazano, la postal más famosa de la carrera. Hablan las autoridades, incluyendo en este caso al padrino de la carrera, nada menos que el cineasta Spike Lee. Se canta el himno de Estados Unidos y se presenta a los elite. En Nueva York, a diferencia de las otras majors, no es necesario presentar un tiempo certificado, sino que se puede hacer una declaración que es tomada como cierta. Aunque la inmensa mayoría de las personas dicen la verdad, siempre habrá algún tonto inexperto e inmoral que guste mentir. Por eso la salida de este maratón suele ser un poco molesta. Tal vez no para el corral A, pero sí para los inmediatamente posteriores. Pude ver como dos italianos salían al lado mío y los vi llegar casi seis horas después, cuando yo volvía del hotel para alentar a otros corredores. No hagan eso, sean corredores honestos, sean personas honestas.
La largada es con un estruendo y con la voz de Frank Sinatra cantando New York, New York sonando por todo el puente. Son segundos los que uno presta atención a esto, porque lo único que me importaba a mi era que me dejaran pasar. Aun partiendo del corral de adelante sorprende como mucha gente se estanca. Es una largada difícil. Los corredores salen eufóricos pero tienen que subir un puente enorme. La mayoría siente que se ahoga. Resistan, pronto llega la bajada. Pero claro, hay que abrirse paso porque muchos hacen cien metros a toda velocidad y luego se estancan. En mi caso, este caos solo duró un minuto. Luego ya me abrí paso y encontré mi ritmo –lento- de largada. No hay que desesperar, a la subida, le sigue una bajada esplendorosa. Una bajada que es más larga que la subida, así que ahí se recupera todo. La bajada es el verdadero comienzo de la carrera. Al final del puente aparece lo más espectacular: el público. De ahí en más, dos millones de personas estarán alentando a los corredores en las calles de Nueva York. En esa bajada, eufórica. Apareció al lado mío nada menos que Lucas Bagaloni. Nos saludamos y empezamos a correr juntos. Para el que no lo conozca, Bagaloni ganó el maratón de Rosario en junio del 2015 con un tiempo de 02:28:42. Tener a un elite al lado mío era un honor, pero también una preocupación. Aclaremos que él venía de una lesión, por eso estaba corriendo tranquilo, al lado mío. Yo, claro, no iba tranquilo. La primera parte de la carrera es rápida, con Lucas al lado y la euforia del hermoso clima de fiesta me llevaron mantener un ritmo mucho más rápido del planificado. No me preocupaba mientras estuviera en la bajada. Compartir la carrera con alguien es algo increíble, hacerlo con un elite, es un premio extra. Ya se notaba que este maratón no iba a ser parecido a ningún otro.
Existe un mito muy difundido que dice que para divertirse en una carrera no hay que pensar en el reloj. Que los que la pasan mejor son los que no buscan marca. Para mí ese mito no es otra cosa que el miedo a dar lo mejor en cada competencia. Yo disfruto mucho de las carreras y de los tiempos. Me consta que corredores que lo dan todo y buscan siempre marca, también se divierten en las carreras. Ninguno es un profesional, no es una vergüenza no serlo. Lo que si da vergüenza ajena es cuando alguien se rinde y pone como excusa el disfrute. Este maratón de Nueva York ha sido uno de los más divertidos que he corrido. A pesar de la dureza del recorrido, me divertí mucho. Eso se debió a varios factores, entre los cuales el extraordinario público no es el menor. El otro factor fue encontrarme a alguien en la largada y luego a Lucas al comienzo. Pero lo mejor fue la aparición de mi amigo y entrenador Marcelo Perotti, antes de la milla 8. Partimos a la misma hora del corral A, pero de dos salidas diferentes. Por lo cual no sabía si íbamos a poder encontrarnos. Insólitamente, en el momento en el cual las dos líneas comienzan a unirse, apareció a nuestra derecha Perotti, gritándonos. No es seguro el poder encontrarse así en una carrera. A veces con que haya una diferencia de menos de doscientos metros, ya no ves a alguien en ningún momento. Pero ambos teníamos la misma remera y hace años que corremos juntos. El tiene mejor tiempo que yo en el maratón, pero tres semanas atrás había apostado todo a Buenos Aires por lo cual la idea era intentar correr juntos. Y empezamos a correr los tres, kilómetro tras kilómetro. Disfrutando y divirtiéndonos. Y corriendo en serio. Incluso arengando, algo que nunca había hecho nunca, a la gente que alentaba.
Cuando uno ha corrido ya varios maratones y ha conseguido sus objetivos, la idea de ser conservador no es muy tentadora. Yo había hecho mi mejor marca en Tokio 2015 en febrero, 02:54:23 y había corrido en julio el maratón de Río de Janeiro. Perotti tres semanas atrás había corrido el maratón de Buenos Aires con un tiempo extraordinario de 02:53:30. Salir a cuidarse cuando uno ya conoce los 42 Km es un poco aburrido. Obviamente estábamos en condiciones diferentes. Si bien Perotti es un atleta de una experiencia y una genética fuera de serie, sabía que sus posibilidades estaban limitadas. Yo, por el contrario, aun con el cansancio de un año difícil, buscaba hacer sí o sí un sub 3. Y eso es lo maravilloso del maratón. Querer es una cosa, los 42 kilómetros son otra. Así que corrimos juntos, a veces uno adelante, a veces a la par, a veces el otro pasaba al frente. Lucas, que venía de una lesión, también estaba con lo justo. El estaba corriendo más lento que lo habitual. Perotti y yo veníamos dando lo mejor. No era sencillo, había algunas subidas complicadas y quedaba mucho por recorrer. En mi mente, cualquier sub 3 estaba bien, pero un 02:57 y algo estaba mejor. Nunca se sabe.
Pasaban los kilómetros y la alegría seguía. Insisto, ya habíamos hecho nuestro año, esto era para ir al máximo pero también para pasarla bien. Y alguna que otra frase y el público que seguía alentando era lo que nos hacía avanzar con seguridad. En el kilómetro 25 de la carrera hay un momento crítico. Es el puente Queensboro. Ahí se sabe la verdad. No me canso de decir cuanto amo el maratón, porque el maratón es una competencia implacable. Empezamos a subir este largo y solitario puente (nosotros corremos por los carriles de abajo, es decir que no vemos el cielo, solo gris y más gris a todo nuestro alrededor). Una milla entera, es decir 1600 mts de subida es lo que tiene el puente y una subida de 50 mts. Se siente, claro. Allí, con Lucas que se había quedado atrás, mi entrenador se puso unos metros atrás mío. Yo había decidido que ese puente lo pasaba al mejor ritmo posible, intenté sostener lo mejor posible mi velocidad. En la bajada ya había adelantado a mi entrenador y dejamos de correr juntos. Sin Lucas y sin Perotti no sé si hubiera podido lograr mi objetivo. No solo me permitieron llevar un buen ritmo, también me permitieron pasara la mitad de la carrera con la cabeza limpia, sin angustias. Un honor y un placer fue correr junto a ellos.
Con el aliento inolvidable de la curva final en la bajada del Queensboro, donde sin vergüenza les cuento que le grité a la gente: “I LOVE NEW YORK!” (bueno, un poco de vergüenza sí tengo) encaré los kilómetro más importantes de un maratón. Mi ritmo era bueno, pero obviamente iba más despacio que en los eufóricos kilómetros iniciales. Yo salgo en cada maratón a hacer mi mejor marca, sí sale, sale. Cada uno debe correr como más le guste, esa es mi manera. Llegar al kilómetro 30 es relativamente fácil. La carrera se vuelve picante una vez más en el kilómetro 36. Yo tenía muy fresco, a pesar de los cuatro años que pasaron, mi maratón del 2011. ¡Recuerdo que en aquella ocasión mi reloj se apagó! Desde entonces yo llevo siempre conmigo una pulsera con los tiempos en cada kilómetro, para poder calcular pase lo que pase. Igual no tuve problemas, solo me quedaba correr y correr. La Quinta avenida se vuelve eterna en ese tramo. No hay que pensar en cuando terminará, hay que pelear milla a milla, kilómetro a kilómetro. Mi velocidad había bajado, pero aun así tenía fuerza. Negociaba con mi cabeza un tiempo. El sub 3 seguía siendo posible, tenía mucho margen a favor. Como suelen ocurrir con todos los maratones, el paisaje alrededor se vuelve cada vez más difuso, solo queda la calle, la distancia, el tiempo.
El final de este desafío mental es cuando la carrera entra al Central Park. Luego de haber ido pegado a él, finalmente nos encontramos corriendo en un lugar con más curvas, desniveles varios y un público apasionado, sabiendo que su aliento es el último en nuestro desafío. Ya casi al final, en el kilómetro 41 volvemos a salir por Central Park South. No lo llegamos a recordar, pero ahí está el monumento al General San Martin que nos ve pasar. Justo ahí, aparece Lucía Bagaloni, hermana de Lucas y esposa de Leo Malgor. Ella y el mismísimo Malgor gritaron mi nombre y me alentaron. Fue mi instante Mariano Mastromarino del maratón, jaja. Sin duda un aliento con muchísimo valor para mí y para cualquiera que respete a los grandes. Delante de mí estaba el monumento a Colón en el Columbus Circle. Al doblar frente a él solo restan algunos pocos metros. Nada, comparado con lo que pasó. El reloj marcaba un sub 3 cómodo, y pasé la meta con un hermoso 02:57:24. Pocos veces en mi vida me sentí tan feliz y satisfecho por un trabajo. Mi tercer maratón del año, mi segundo sub 3 del año. Mi maratón número 12. Una mejora de más de diez minutos con respecto a mi anterior maratón de Nueva York. Quienes vieron mi llegada en la web dicen que luego de pasar me agarré la cabeza. No lo recuerdo, pero es muy posible. No lo podía creer. Entrenar en serio por un objetivo, tomarme en serio todo lo que me entrenador me enseñó, respetar la rutina y darlo todo en la carrera. Y sí, hasta darme el lujo de correr con mi entrenador, compartir kilómetros con amigos. Nueva York es un maratón increíble, sin duda, y este año fue para mí la felicidad misma. Correr en serio es algo que me hace feliz, aunque sea un amateur más, uno del montón. Y divertirme en el camino es una parte que no ha quedado de lado. El resultado oficial fue 02:57:24. Puesto 588 del total de 50.000 corredores. 42 en mi categoría. Como ven, lejos del podio, pero muy cerca de lo que se conoce como la felicidad. Hay tantas carreras para correr, hay tantos maratones más fáciles y rápidos que Nueva York… y sin embargo, Nueva York es un maratón que sé que alguna vez volveré a correr. Les recomiendo que hagan lo mismo.