Hay tantas cosas para decir sobre el Columbia Cruce de Los Andes que difícil decidir por dónde empezar. Arranquemos entonces con información concreta. Este fue mi sexto Cruce, dentro de las 15 ediciones que ya ha tenido la carrera. Lo primero que descubro es que junto con la media maratón de Buenos Aires, esta es la carrera que más veces corrí en mis años como corredor. No soy de los que se exceden en la cantidad de carreras, pero ya he sumado muchas y que en esa lista el Cruce figure seis veces creo que lo dice todo. A todos nos van a escuchar quejándonos de algo del Cruce, a todos los que hace años que volvemos una y otra vez. El Cruce es muy intenso, el Cruce es apasionante, el Cruce es inolvidable. Hay muchos corredores que repiten la experiencia.
En esta edición, la base de operaciones fue en San Martin de Los Andes, una ciudad que los corredores conocemos muy bien y a la que es un gusto volver una y otra vez. Esto permitió que para el corredor que se organizaba con tiempo, las cosas fueran bastante sencillas. Salíamos de SMLA y terminábamos allí. Los corredores, divididos en tres días distintos, copamos completamente la ciudad.
El Cruce no es una carrera fácil. Más allá de que casi todos somos amateurs y tenemos diferentes ritmos, todos sufrimos parecido en la montaña. Los que van más rápido viven al límite todo, tomando riesgos de todo tipo para obtener el mejor resultado. Los más lentos no sufren eso, pero pasa más del doble de tiempo en la montaña, enfrentándose a los más duros reveces climáticos.
Este año la etapa inicial fue la más extensa y la etapa tres fue la de mayor dificultad técnica. En lo personal, creo que es brillante esa disposición en tanto uno no queda tan golpeado el primer día y puede disfrutar de los dos campamentos, dentro de lo posible y dependiendo de cada caso, claro.
Desde hace poco, el Cruce se puede correr individual o en equipo –en distintos días- pero yo siempre elegí correr en equipo. Casi me atrevería a decir que es el corazón mismo del Cruce compartir la experiencia. Una vez más hay que repetir lo que no todos saben: lo más importante de todo el Cruce es saber elegir compañero. El compañero debe elegirse tomando en cuenta varios factores: La primera es saber que el ritmo de ambos en la carrera es parecido, sino idéntico. Esto puede fallar, pero si desde antes de viajar se sabe que son muy diferentes, el desastre está asegurado. No lo hagan, salvo que hayan decidido acompañar a alguien por un motivo muy particular. Esa es la excepción a la regla. Además del ritmo también debe ser compatible la forma en que se entiende la carrera. Competitivos y no competitivos no deben mezclarse. Aunque hay gente más competitiva que otra, lo que importa es que ambos entiendan de igual manera como encarar los tres días de esfuerzo. Alguien que no esté dispuesto a sufrir no debe correr con alguien que quiere dejar el alma en la carrera. Y finalmente, las dos personas que corran juntas deben tener psicologías compatibles. Como en toda pareja, no se trata de ser iguales, sino de tener una buena química.
En mi sexto Cruce repetí pareja. Por tercera vez corrí con Demi, gran amiga y gran corredora con la que hemos compartido ya muchas carreras y entrenamientos. El Cruce los corrimos en el 2012 y el 2013, llegando al podio en la segunda ocasión. El podio, ya sabemos, depende del azar en los inscriptos, más allá del esfuerzo y el entrenamiento. Lo bueno de correr tres veces con alguien es que uno ya conoce bien al compañero. Sus expresiones, su cansancio, su humor. Recuerdo la timidez del primer Cruce y, comparado con este, me resulta increíble. Demi es británica y vive en Inglaterra. Nos conocimos en Buenos Aires en una breve época donde ella vivió acá y nos hicimos muy amigos. Es la segunda vez que vuelve a la Argentina para correr el Cruce conmigo. Como es inglesa, no le gustará mucho que diga que ella es una corredora extraordinaria. Una persona extraordinaria, también. Ella ama el sur argentino y nuestra expectativa para esta carrera era disfrutar más que buscar un buen puesto. Más allá de todo, y recordando que somos casi todos amateurs, el objetivo tiene que ser disfrutar.
El primer día fueron más de 42 Km. Hizo calor y el recorrido se hizo un poco largo. Arrancar con más que un maratón es un desafío. Nosotros habíamos corrido un 42 Km de trail en Essex, Inglaterra, el 31 de diciembre, y aunque no se corría en pareja nos sirvió para calcular nuestras fuerzas como equipo. El Cruce 2016 sin duda fue uno de los mejores y el recorrido del día uno estuvo muy bien. El único momento que estuvo mal fue la aduana en el paso a Chile. Tal vez sea hora de que el Cruce analice si vale la pena esa necesidad del paso de frontera. Fue casi unánime que esa parte de la carrera, faltando nada para la llegada, fue lo único malo de todo el Cruce. Terminar el día uno fue una gran alegría. Relajados por no buscar un puesto, estábamos felices por haber podido correr bien. Más tarde en el campamento descubriríamos que estábamos entre los primeros de la categoría.
El campamento del Cruce es la parte más difícil, pero también es la parte más importante a la hora de estar con amigos. Mi running team, CorrerAyuda de Marcelo Perotti, llevó más de 30 equipos por lo que el recorrido y el campamento fue una constante convivencia con amigos. Casi todos mis mejores amigos estaban ahí. No sé si entienden eso. Repito: Casi todos mis mejores amigos estaban en el Cruce conmigo. Eso es algo increíble. Más allá de los amigos cercanos, la convivencia con el running team permite muchos grandes momentos, solidaridad, risas, charlas y la posibilidad de vivir juntos estos tres días enormes. Cerca del primer campamento había un río y el agua fría nos permitió recuperar las piernas del esfuerzo.
Si la salida del primer día fue bastante ordenada, la del segundo fue simplemente perfecta. Se salió en el orden el que se llegó. Nosotros estábamos 2dos en la categoría y 22 en la general. Si el primer día salimos un poco atrás y disfrutamos el pasar gente, el segundo corrimos en el orden que nos correspondía. Empezamos por la costa, con el agua hasta las rodillas, lo que nos aseguró diversión y un ritmo tranquilo. Luego de eso entramos a un bosque tan hermoso que lamenté no tener conmigo una cámara para fotografiarlo. Había que correr. El segundo día fue bellísimo. 29 Km intensos, con un paisaje muy variado. Hacia el final, ya en un llano, empezamos a sentir un viento muy fuerte. La mayor parte del tiempo era viento a favor, lo que no nos hizo entrar en la cuenta de que tan duro era. Al llegar al campamento nos dijeron que nos abrigáramos. El Cruce 2016 fue uno de los más claros con los consejos y supervisión de los corredores. El calor se había terminado. El cielo se nublaba y el viento era terrible. Del primer campamento, casi veraniego, pasamos a uno de lloviznas y ráfagas de viento que impedían disfrutar del estar afuera. En ambos campamentos una gigantesca carpa de circo era el comedor y espacio para refugiarse. Cada vez que terminaba la lluvia, un hermoso arco iris mejoraba aun más el hermoso paisaje.
Durante la noche se pudo dormir mejor, porque el ruido de la tormenta aplacó cualquier otro sonido. Tremenda la lluvia y el viento, pero al amanecer ya había dejado de llover. La salida del día tres se postergaba. El día tres era el de las subidas y el viento en la cumbre del Cerro Colorado era demasiado. Sabíamos que saldríamos más tarde por eso dormimos una hora más. Pero luego hubo otra postergación. Lo bueno de este Cruce es que las llegadas y las largadas fueron de los campamentos. Al final se anunció la largada y se avisó que había que ponerse abrigo. Queda a criterio de cada uno y de que tan friolento sea, pero si dicen abrigo, la mayoría sí o sí debe ponérselo. Los elementos obligatorios no son obligatorios porque sí. Y la organización se dedicó a chequear que nadie dejara de llevarlos.
El día tres tenía una serie de trepadas que llegaban hasta el kilómetro 12. Pensar que tardamos más de dos horas en cubrir esa distancia muestra la dureza del recorrido. No íbamos despacio, pero la trepada es la trepada. El Cruce tiene muchas cosas que damos por sentadas pero que vale la pena destacar. Una de ellas es el equipo del Club de corredores que deja el cuerpo en la cancha. Ver a Manuel Moreno horas y horas, durante días, siempre de pie, trabajando a la cabeza de un equipo que lo da todo, es emocionante. Sebastián Tagle, director de la carrera y el Club, tiene un equipo que hace posible que esta logística fuera de serie funcione cada vez un poco mejor. Felicitaciones a ellos. Pero quisiera destacar esta vez al corredor y experto en montaña Gustavo Muñoz. El subió y bajó las cuestas del tercer día supervisando a todos los equipos. Dando consejos, mirando el estado de cada uno, cuidándonos. Los corredores venimos a divertirnos, no a la lastimarnos. Es tranquilizador saber que nos cuidan. Por eso siempre hay que escuchar a los que saben, leer el reglamento, aprender de los que ya han corrido, tener todo el equipo adecuado.
Mi compañera Demi ama la montaña. Trepar la hace feliz y subíamos y disfrutábamos al mismo tiempo. En las cumbres el viento era tremendo. El paisaje era único. Qué privilegiados somos al poder correr una carrera por esos paisajes. Qué hermoso todo lo que vimos. Si arrancar el día tres significa casi siempre que la tarea ya está cumplida. Llegar a la cumbre del Cerro Colorado era saber que solo quedaba ir a buscar la meta. Quedaban muchos kilómetros, pero venía el llano y la bajada. Bajar con 80 Km encima duele. El cansancio nos llevó a tener algunas caídas. Algunas graciosas, debo admitir, otras no tanto. Al llegar al oasis del día tres, es decir puestos de abastecimiento, solo quedaban 8 Km por delante. Mi compañera estaba en su mejor momento. Ella, que venía sin entrenar como le hubiera gustado, demostraba su grandeza. Ella lideraba al equipo en ese momento. Luego de eso, solo quedaba bajada. A ella no le gusta tanto las bajadas, yo las disfruto mucho. Cada kilómetro de esos ocho nos hacía ganar en alegría. Al final ya nos cruzábamos con turistas en los caminos anchos. Y luego de una bajada muy técnica para el día más técnico de los tres, cruzamos un puente y llegamos a la playa del Lago Lácar. El ruido de la llegada que ya veníamos escuchando se convirtió en la imagen de la gente esperando. Los aplausos, los amigos esperando, la alegría. Flor Gorchs, leyenda del running, me dio la mano al pasar y al llegar a la calle nuestro entrenador Marcelo Perotti, recién llegado, nos esperaba para el aplauso final. A veces el Cruce termina lejos de todo, pero cuando termina donde hay espectadores, la euforia es total. Cruzar el arco de llegada es sublime. Adrián Gluck conducía el evento y nos recibió con sus palabras por los altavoces. Nos abrazamos con esa emoción que solo conoce quien comparte tres días de carrera con alguien. Al pasar la meta del Cruce de Los Andes la sensación es: No importa más nada. No hay que preocuparse por más nada. Ya está. Enorme alegría. La medalla de los 15 años del Cruce era particularmente bella, pero la belleza de terminar esa carrera no se compara con nada. Después llegaría subirse al podio. Terceros en la categoría. Es un premio que se valora mucho, pero aunque parezca un lugar común, no es lo más importante. Una pareja más que se hubiera anotado y quedábamos cuartos. Orgullosos de lo que corrimos, más allá del puesto.
Luego de la carrera vienen las historias, las anécdotas, las risas, los recuerdo imborrables. Y las fotos, buscar y buscar fotos. Antes de escribir esto me puse a revisar todas las fotos no identificadas del Cruce. Y mi historia, esa que uno cree única, se multiplicaba por cientos. Cientos de corredores viven su Cruce, su historia, sus sueños, sus dolores. Ver las largadas y las llegadas es entender porque corremos. Amateurs, aficionados, personas que corren para divertirse. Los que amamos el running más que cualquier otra cosa también nos divertimos, tal vez incluso más, aunque pongamos todo en cada kilómetro y apostemos fuerte. Es heroico superar el desafío, aunque sea un juego. Se vive intensamente, se recuerda con mucha felicidad. Felicitaciones sinceras y profundas para todos los que se enfrentaron a los 100 Km.
Me preguntaron hace poco que era mejor: Correr o haber corrido. No se me había ocurrido esa pregunta. Luego de pensarlo contesté: mejor es correr, pero haber corrido dura para siempre. Ese es el secreto del Cruce de Los Andes. Se trata de una carrera incomparable que se guarda en el corazón para toda la vida. Les deseo a todos la felicidad de vivir alguna vez la experiencia.