Ver un mundial de atletismo es algo absolutamente espectacular. Los mejores atletas compitiendo, uno tras otro, durante varios días. Ni un momento de pausa, ni un descanso para los periodistas y los espectadores, una experiencia intensa y a la vez inolvidable. Pero si a eso le sumamos que se realizó en la ciudad de Londres y en el estadio Olímpico, entonces la fiesta es completa. No fue el único lugar, claro, también se realizaron pruebas en la ciudad. Los maratones tuvieron como punto de partida y llegada nada menos que el Tower Bridge. Y las competencias de marcha se hicieron en The Mall con el Palacio de Buckingham de fondo. Más no se puede pedir y la pregunta pendiente es si alguna vez se repetirá algo así.
La pregunta no se refiere solo a la calidad del estadio y todo lo que la ciudad fue capaz de hacer, sino también a que en este mundial se despidieron de los mundiales nada menos que Usain Bolt y el Mo Farah (aunque podría competir en maratón en el 2019). La pista perdió a sus dos estrellas más convocantes y no hay en el horizonte nadie que parezca heredar semejante título. También queda saber si Allyson Felix, récord absoluto en mundiales, seguirá dentro de dos años, o si Dafne Schippers estará. Siempre hablando de estrellas convocantes. Verlos competir a ellos y a otros gigantes fue sin duda algo que cualquier amante del atletismo podrá atesorar por siempre.
El primer día del mundial tuvo la victoria memorable de Mo Farah en los 10.000 mts. Con ese comienzo hasta el más indiferente de los espectadores saltó de su asiento para terminar en una ovación total que dejó afónico a más de uno. Qué me dejó afónico, para ser sincero. Eso ya justificó el mundial, pero fue solo el comienzo. Para el público que llenó todas las jornadas –un récord sin precedentes para un mundial- cada día fue una fiesta. Pero no fue un público cualquiera. Los espectadores, en su mayoría británicos, pero con gente de todo el mundo y particularmente de Europa completando la variedad cultural, sabían lo que estaba viendo y comprendía lo que pasaba. No eran entradas casuales o de regalo, los espectadores mostraban en cada prueba que cuanto aman el atletismo. Las pruebas en la calle, obviamente gratuitas, también mostraron un público apasionado y comprometido con el espectáculo. Bastaba ver un lanzamiento de jabalina, una vuelta a buen ritmo, un salto en alto, para que el estadio supiera si lo que estaban viendo era algo digno de ovación o de respetuoso aplauso.
Fue emocionante cada podio, fue emocionante la entrega de medallas a los atletas de otros mundiales a los que se le subió un puesto debido al doping descubierto en otros atletas. Esos momentos de justicia fueron memorables. En particular –la ovación máxima- cuando Jessica Ennis subió a recibir su medalla dorada en heptatlón por el mundial del 2011. Ennis, embarazada, fue aplaudida de pie por todo el estadio. La favorita de los británicos, hoy retirada, tuvo su merecido reconocimiento. También fue una larga despedida para Bolt todo el mundial y los ojos estuvieron posados sobre él. Sin duda, y muy a su pesar, aportó más drama del esperado.
Para los argentinos hubo algunos desempeños muy valiosos, pero la que hizo historia fue Belén Casetta, que quebró dos veces el récord argentino y latinoamericano en los 3000 mts con obstáculos. Ella es una realidad y una promesa para nuestro atletismo. El futuro dirá si se suman más atletas a Casetta. Guillermo Ruggeri en los 400 mts con vallas también estableció una nueva marca para el atletismo argentino. Más allá de las banderas, ver atletas de tanto nivel es muy impactante. Una tras otra, con apenas pocos minutos de diferencia, los mejores del mundo se jugaban su lugar en la historia. El público acompañó, la fiesta fue completa, no sé si habrá otro mundial como el de Londres, pero sin lugar a dudas el haber sido testigo de algo tan grande marca un antes y un después para mí.