Correr un maratón es un desafío gigantesco y la recuperación que la misma requiere es mucha. Dos semanas tranquilas para empezar y luego un mes para poder intentar otro desafío deportivo de menor magnitud. Londres 2018 fue un maratón muy particular, la temperatura récord que la ciudad tuvo ese día hizo todo más complicado y la mayoría de los corredores terminó la carrera con un tiempo mayor de que habían ido a buscar. Ese desgaste se debió sin duda a las condiciones climáticas, pero la alegría de poder completar la carrera en un buen tiempo, igual fue una enorme recompensa. En mi caso particular fue un poco decepcionante el resultado pero supe de todas maneras que había sido lo mejor posible ese día. Mi viaje a Londres incluía unos días más de estadía que pensaba aprovechar para disfrutar de un buen descanso y encontrarme con amigos. Uno de ellos, Ben Ollier, que vive en Wimbledon, me comentó que el domingo siguiente al maratón había un 10 Km en la ciudad, que él iba a acompañar a un amigo que lograra su mejor marca. En un primer momento me pareció una buena idea ir a ver la carrera y luego visitar el barrio, quizás visitar el club, la famosa Catedral del tenis, el mismísimo estadio de Wimbledon y sus demás instalaciones. Pero una vez pasado el maratón, y usando los días posteriores para caminar mucho y solo trotar suave dos veces, pensé que podía ir a la carrera y trotar los diez kilómetros cumpliendo con el entrenamiento que me tocaba ese día. Lo hice, me anoté por internet y pagué las veintidós libras que salía la inscripción.
Relajado y con ganas de divertirme, me tomé el subte y luego el colectivo hasta llegar al Wimbledon Common. Ya en típico bus de dos pisos la mayoría de los que estaban viajando un domingo a las 8 AM eran corredores. Me encontré con mis amigos en la zona de largada. Como suele ocurrir con las pequeñas carreras de barrio o pueblo pequeñas, todo era muy ameno y sencillo. Un inflable pequeño marcaba la largada y llegada, cintas sostenidas por bastones marcaban el camino de los últimos trescientos metros en el siempre verde césped londinense. Había pequeñas filas que alfabéticamente separaban a los corredores. Cada uno recibía un sobre con su número de corredor y el chip electrónico. Había agua para quien quisiera y un guardarropa también al uso de estas carreras: un corral de cintas donde se dejaban las mochilas con su número. La organización era simple pero perfecta. También había baños químicos adecuados y un servicio médico. Al costado se veía un pequeño podio, todo esto en este fantástico espacio verde. Las hermosas casas del barrio eran el paisaje perfecto para sentirse en una barriada británica.
La temperatura era de alrededor de cinco grados. El frío que hubiéramos necesitado en el maratón siete días antes. Pero así es la suerte. Para los que estaban ahí era una buena noticia. Había una carrera de 10 K pero también una media maratón, que consistía en hacer el mismo circuito dos veces, más una pequeña vuelta para completar los 21 K. Nos reunieron a todos los corredores, algunos muy abrigados, otros no, para hacer una entrada en calor. Yo, con ganas de disfrutar el frío, corrí con musculosa pero también con guantes, porque las manos son un lugar por el cual el cuerpo pierde mucho calor y sufre mucho el frío. Nos reunieron e hicimos la entrada, todo con un clima de buen humor y alegría. El organizador, con un megáfono, iba dando las órdenes luego del ejercicio y antes de marcar detalles del recorrido preguntó si alguien había corrido el maratón de Londres. Levanté la mano y di un paso adelante. Todos me aplaudieron, saludé con mucha emoción y mientras escuchaba las palabras de felicitaciones caí en la cuenta de lo duro que había sido correr esos 42 K. Toda la semana se habló de lo difícil que fue el maratón. Volví a mi lugar mientras en vos sobria y educada los corredores me decían “Well done, well done…” la frase habitual al terminar una carrera. Después de ese inolvidable momento, nos fueron llamando a la largada según el tiempo que pensábamos tardar en la carrera. Nos acercamos de forma ordenada y con la naturalidad y sencillez de estas carreras se hizo una tranquila cuenta regresiva de cinco segundos.
La salida fue ordenada, por el pasto, por lo que había que mirar bien donde se pisaba, aun cuando más allá de los desniveles se trataba de un terreno sin pozos. Los tres corredores salimos juntos. En los primeros metros pensaba que no iba a poder sostener el ritmo de 4.30 por kilómetro que mis dos amigos querían hacer para que uno de ellos logre su mejor marca. Pero antes de llegar al primer kilómetro, cuando ya habíamos entrado al asfalto, el ritmo era de 4.15. Mi ritmo en los diez kilómetros no es particularmente veloz, lo mejor que he corrido fue 3.48 por kilómetro. Así que si corría a treinta segundos más lentos que mi ritmo de 10 K iba a sentirme cómodo. Pero claro, carreras son carreras y con una presión nula, podía hacer lo que quisiera siempre y cuando estuviera dispuesto a dejar de acelerar si aparecía un dolor. Una sola molestia sentí, en la planta de los pies, pero antes del kilómetro dos ya no estaba más, era el impacto de la semana anterior. Usé diferentes zapatillas para los 42 K que para los 10 K. Pasé de una Skechers GoMeb Speed 5 a unas Forza 3 también de Skechers. No pensaba en buscar tiempos y no conocía el terreno, por lo cual pensé que para descansar los pies y correr relajado, era una buena opción usar zapatillas con las que entreno.
Como comenté, se trataba de una carrera pequeña, por lo cual en poco tiempo no tenía tantos corredores a la vista, y cuando llegamos al kilómetro tres, una bajada terminó por darme fuerza y ganas para acelerar. Soy un corredor liviano y puedo aprovechar las bajadas sin consecuencias, así que lo hice. Al haber empezado tranquilo llegué al kilómetro cuatro pasando gente, poco a poco, alcanzando corredores al haber aumentado mi velocidad. Seguía sin importarme el resultado, solo iba corriendo lo mejor que podía. La mayor parte de la carrera era por las veredas del barrio. Domingo por la mañana estaban prácticamente desiertas y toda la carrera era por una bella zona completamente residencial. Carteles con flechas, muy claros, estaban atados a postes y marcaban el camino. Voluntarios de la carrera estaban en las bocacalles y le pedían al tráfico que esperara, en los muy pocos casos donde nos cruzamos con algún auto. A nadie le molestó. En los últimos cinco kilómetros, luego de una mesa con vasos de plástico con agua, ya empezaron a aparecer vecinos que aplaudían y alentaban. ¡Qué diferencia con el domingo anterior! Luego hubo que subir lo que bajamos, pero no perdía posiciones. Lo que me costaba a mí, le costaba a todos. Pasamos por una zona más céntrica, siguiendo por las veredas, ya sin bajar a la calle, y nos encaminamos al final. Cuando uno ha corrido un maratón, los 10 K se pasan volando. No solo porque son menos de un cuarto de distancia, sino porque mentalmente el ejercicio es diferente. Ahora bien, si pensamos en correr eso 10 K de forma relajada, la combinación hace todo muy agradable. Me mantuve corriendo fuerte hasta el final, llegamos nuevamente al Wimbledon Common y aceleré mientras alcanzaba feliz la meta. Sin presiones, pero corriendo todo lo fuerte que pude, me sentí muy feliz en ese momento. No es como llegar en un maratón, pero fue una sensación de enorme plenitud al pasar la línea. Para mejor, una medalla preciosa me permitía tener un souvenir inolvidable. Saludar a los demás corredores, ir a buscar agua, jugo, banana y barra de cereal, recuperar la mochila y abrigarme rápido luego de la foto de rigor. Y sí, también había fotógrafo, por lo cual tuve un puñado de fotos de la carrera para atesorar. El objetivo de mis amigos también fue conseguido, así que todos contentos. Mi tiempo final fue de 41:00 y mi puesto fue el once en la general y cuarto en la categoría. Pasar de los más de cuarenta mil competidores de Londres a estos pocos cientos en dos carreras en paralelo en Wimbledon 10 K es una manera excelente de limpiar el cuerpo y a la vez mantener viva la llama del running. Fue muy placentera la competencia, sin duda, y se sintió exigente aun cuando arranqué guardando energía. Me sentí bien y por eso aceleré, pero todo el tiempo tenía una alarma preparada si las sensaciones no eran positivas. Corrí en Gran Bretaña siete carreras hasta ahora, tres fueron maratones importantes, las otras cuatro fueron carreras de barrio o pueblo y, más allá de las diferentes distancias de cada una, siempre fue muy agradable la experiencia y conocer la forma de armar estas carreras que se usa acá. Luego de la carrera fui a visitar la Catedral del tenis, porque lo bueno de esto es que además correr, viajamos y conocemos ciudades. A donde viajen, busquen carreras, porque ahí también se aprende a conocer como son las personas del lugar.