Soy un intelectual y soy un maratonista. Escribo esta frase autoreferente al comenzar la nota no para hablar de mí, sino para exponer un punto. Si uno se llama a sí mismo maratonista, nadie se lo va a discutir, lo tomarán como algo cierto y, probablemente, hasta reciba felicitaciones. Ahora, si uno se autodenomina intelectual, la cosa ya suena diferente. Al parecer, se maratonista es algo real, concreto, verdadero, mientras que ser intelectual es una categoría discutible, una posible elite en donde hay que probar lo que uno es. Y eso explica por qué muchas personas, cada vez más, incluyéndonos a nosotros los intelectuales, corremos maratones. Correr es una experiencia real, es la certeza de que uno está en este mundo. Por eso Haruki Murakami, parafraseando la famosa frase de Descartes, afirma: “Corro, luego existo” Es decir: Soy real.
Haruki Murakami, el escritor, no parece necesitar presentación. Nació en Kioto, Japón, en 1949, durante la ocupación norteamericana. Sus padres enseñaban literatura y el propio Haruki estudió literatura y teatro griegos. Fue dueño de una disquería y luego, junto con su esposa, llevó adelante un bar de jazz antes de descubrir, en un instante concreto (que se describe en este libro, por cierto), que quería escribir una novela. Su camino como escritor lo llevó de un éxito inicial en Japón a un reconocimiento internacional que lo ha convertido en uno de los escritores más famosos del mundo y, definitivamente, en el escritor oriental más importante en Occidente. No son pocos los intelectuales japoneses que lo desprecian. Pero recordemos que la frase “nadie es profeta en su tierra” a veces podría cambiarse por “nadie exitoso y querido por los lectores es tolerado por los pares de su tierra”.
Murakami empezó a correr al mismo tiempo que a escribir. Para él, los maratones son como las novelas, y este crecimiento en paralelo del escritor y del corredor son inseparables. Para muchos de sus lectores esto ha sido una sorpresa, pero no existe la posibilidad de pensar que hay dos Murakami, hay uno solo y hace ambas cosas. Ironicamente, el resentimiento que habita en muchos intelectuales, particularmente escritores, ha hecho que la exposición pública que supone este nuevo libro de Murakami acerca de su pasión por correr, sea la excusa ideal para hablar mal del escritor, incluso culpando a los maratones de los problemas de su escritura. Pero hay que insistir en esto: ambas cosas son inseparables en Murakami, aun cuando haya grandes diferencias en lo que respecta a cómo se vinculan con el exterior. Correr no produce un producto concreto, como un libro, aunque escribir sea un acto tan solitario como correr, la carrera no se comparte hacia fuera para cientos de miles de otras personas en distintos tiempos y lugares. Correr puede generar vínculos sociales y producir momentos de comunión con otras personas, pero se corre solo, se corre en el momento y el maratón es una experiencia muy personal e interior. Por eso Murakami, luego de muchos años de correr, decidió que correr maratones se transformara en una experiencia para compartir a través de este libro.
De que hablo cuando hablo de correr es, por supuesto, un juego de palabras con el libro de Raymond Carver De que hablamos cuando hablamos de amor, y Carver es uno de los varios autores traducidos por Murakami. En este nuevo libro, que el propio autor afirma que no es un ensayo, sino más bien un diario, Murakami narra su vínculo con el correr. Sus experiencias como corredor, tanto en los entrenamientos, como en el maratón, el ultramaratón y finalmente el triatlón. Este diario es un minucioso retrato de un obsesivo, una descripción de la propia personalidad del escritor/corredor y cada una de las sensaciones de esa experiencia, así como también complejas reflexiones acerca de lo que significa correr. Pero por supuesto, y muchos intelectuales esto no lo podrán entender, estas ideas sobre correr son reflexiones acerca de la condición humana. Porque Murakami llena este maravilloso libro con un montón de pensamientos filosóficos, disfrazados o no, de situaciones pequeñas, aparentemente nimias pero que, como cualquier corredor sabe, poseen un profundo significado. Imágenes muy poéticas van construyendo este diario, donde Murakami encuentra espacio para hablar del correr, del escribir, del paso del tiempo, de la vida, de la muerte, de la memoria, del espíritu, de la sociedad… y de todos los temas que una persona lúcida sabe exponer con habilidad e interés para los lectores. Para los corredores este libro es imprescindible, porque Murakami pone en palabras esa experiencia única que todos los que corremos maratones y ultramaratones sentimos cada vez que salimos a correr. Pero para el amante de la literatura y para los escritores, el autor también se encarga de realizar un ensayo que, sin despegarse del tema principal, también es una reflexión acerca del trabajo del escritor. Sin embargo el corredor que busque aquí un libro motivador, un manual de cómo correr o un ejemplo a seguir, saldrá decepcionado. Murakami, tal vez fiel a sí mismo, tiende a meterse en problemas al excederse en los desafíos y descubrir la tristeza del corredor. No es necesario, con el entrenamiento adecuado y eligiendo bien las carreras, caer en ese pozo.
Aun así, y de forma muy sutil, De que hablamos cuando hablo de correr, es el retrato de un hombre apasionado. Si una novela se puede caracterizar por la historia que cuenta, los personajes que construye y las reflexiones que a partir de ambas cosas produce, entonces estamos frente a una nueva novela de Murakami. En forma de diario, sí, pero novela al fin. Con un intencional anticlímax, ya que un corredor que se precie como tal no puede cerrar, mientras corra, su historia.