Cuando un maratonista llega exhausto a su límite en un maratón, puede culpar a Gran Bretaña y a su realeza por eso dos kilómetros extras que todos los corredores sufrimos, en las calles de Londres o en cualquier otro maratón. En los Juegos Olímpicos de Londres 1908 el maratón cambiaría para siempre. Y una imagen, la de un agotado corredor pasando la meta, sería la imagen más impactante del deporte a nivel mundial. Ese hombre y esa carrera son una de las grandes historias de los Juegos Olímpicos, el maratón y el deporte en general.
Dorando Pietri nació en Correggio, Italia, el dieciséis de octubre de 1885. Adquirió fama en su país a media que creció como corredor, pero el momento que cambiaría su vida para siempre sería su viaje a Londres para competir en los Juegos Olímpicos. Los Juegos debían realizarse en Roma, pero el Vesubio entró en erupción y todo se traslado a la capital de Inglaterra. Aquel 24 de julio el pequeño corredor italiano se enfrentó a una carrera de resultado incierto. Ninguna carrera tiene el resultado asegurado, pero la incertidumbre aquí incluía un cambio en la distancia. Los 40 km que se corrían hasta ese momento pasarían a ser 42 Km 195 mts. ¿El motivo? La distancia exacta entre el Palacio de Windsor al palco presidencial en el estadio. Esta excepción se convirtió en regla y hoy todos los maratonistas deben cubrir esta distancia para llegar a la meta.
La carrera comienza a las 14.33. Los corredores ingleses, orgullosos, deciden salir a toda velocidad. La carrera, debido a eso, se transforma en una carrera inusualmente veloz. La temperatura es alta y los corredores empiezan a ser eliminados. La mitad no llegará a la meta. Pietri en el kilómetro 30 supera a Hefferon y saca una notable distancia. A ese ritmo llega al kilómetro 41. Su perseguidor, el norteamericano Hayes, está a diez minutos de distancia. Cuando está por llegar al estadio, a menos de 500 mts de terminar, sus fuerzas decaen notablemente. Pero no falta nada. Así entra al estadio en uno de los finales más famosos de todos los tiempos. La historia comenzaba a escribirse. Lo que ocurre a continuación se convertirá en una leyenda.
Durante mucho tiempo existió el mito –lamentablemente copiado aun hoy en muchos medios, incluso libros- de que el hombre con el gran bigote que aparece en la imagen de la llegada junto a Pietri era nada menos que el extraordinario escritor británico Arthur Conan Doyle. Pero esto no es cierto, el creador de Sherlock Holmes, amante del deporte y del espíritu de coraje y caballerosidad británica, estuvo presente en el estadio y se conmovió con el final de la memorable carrera, pero nunca dejó su lugar en la tribuna para ayudar a Pietri. Eso sí, escribió con su habitual pasión un texto sobre la experiencia de ver el maratón. El texto que escribió luego de ser testigo del evento, hoy se encuentra plasmado en un libro imprescindible de Arthur Conan Doyle llamado Memorias y aventuras. Aunque Conan Doyle nunca se interesó en hacer periodismo, su fascinación genuina por el deporte lo llevó a aceptar escribir para el Daily Mail. Más aun, aceptar el trabajo le aseguraría un espacio de privilegio en la tribuna. El escritor no pudo quedar más feliz con su decisión, porque desde el momento en que presenció aquella definición, supo que era una página grande de la historia del deporte mundial. Escribió: “Entró por fin. Pero ¡Qué distinto del exultante vencedor que esperábamos! Del oscuro pasadizo emergió un pequeño hombre dando tumbos, con un pantalón deportivo color rojo. Al entrar, y encontrarse con el estruendo de los aplausos, titubeó. Luego volvió lentamente hacia la izquierda y empezó a trotar, visiblemente cansado, por la pista. Varios amigos y animadores lo seguían de cerca. De repente, el grupo se detuvo. Se veían gesticulaciones desordenadas. Unos hombres se agachaban y se volvían a levantar. ¡Cielo santo! Se había desmayado. ¿Es posible que se le escape el premio en el último minuto? Todo el mundo tenía los ojos puestos en el túnel. Aún no ha aparecido el segundo de la carrera. Se eleva un suspiro de alivio. No creo que, en toda aquella concentración de personas, ninguna deseara que la victoria le fuera arrebatada en el último instante a aquel pequeño y valiente italiano. La había merecido. Tenía que conseguirla. A Dios gracias, se vuelve a incorporar. Sus pequeñas piernas reanudan la marcha de manera incoherente, pero como impulsadas por una fuerza de voluntad suprema. Hay un gemido cuando vuelve a caer y una aplauso cuando una vez más se pone de pie. Es horrible y a la vez fascinante esta lucha entre la voluntad firme y un cuerpo complemente agotado. De nuevo, durante cien metros, correr el mismo paso furioso y descompuesto. Luego vuelve a venirse abajo, y unas manos amables impiden que se golpeé contra el suelo.
Está a escasos metros de mí. Por entre las personas que se inclinan hacia él, atisbo su rostro demacrado y amarillento, sus ojos vidriosos e inexpresivos, su pelo negro lacio que le cae en la frente. Seguro que ya está terminado. No puede levantarse otra vez.
Por debajo de la puerta arqueada ha aparecido, como una flecha, el segundo corredor, Hayes, con barras y estrellas en el pecho, paso ligero, sobrado de fuerzas. Sólo faltan veinte metros por cubrir, si al italiano le queda un poco de fuerza. Se levanta vacilante, su rostro es completamente inexpresivo, y de nuevo sus piernas enrojecidas se ponen a trotar, como impulsadas por un resorte automático.
¿Volverá a caer? No, da tumbos, se balancea, atraviesa la cinta y cae en medio de una veintena de brazos amigos. Ha llegado al límite de la resistencia humana. Ningún romano de la antigüedad se portó mejor que Dorando de las Olimpiadas de 1908. La gran casta no se ha agotado aun.”
Pero Dorando Pietri no se llevó la medalla dorada. Todos sus admiradores, incluyendo a Conan Doyle, entendieron que era lo justo. A Pietri lo habían ayudado y en consecuencia había quedado descalificado. Pero el público había quedado conmovido. Conan Doyle hizo una colecta para Pietri y juntó una cifra de 308 libras, una pequeña fortuna para Pietri que utilizó para abrir una panadería en su pueblo. La agonía de Pietri se contaba por siempre. Nueve minutos tardó en recorrer menos de 500 mts. La Reina Alexandra se reunirá con él al otro día y le entregará una copa de plata equivalente a la que recibió Hayes, ganador del maratón. El podio quedó conformado por John Joseph Hayes de Estados Unidos (02:55:18), Charles Hefferon de Sudáfrica (02:56:06) y Joseph Forshaw de Estados Unidos (02:57:10).
Pietri se transforma en una celebridad mundial. El compositor Irving Berlin compuso una canción llamada “Dorando” y llegaron invitaciones para que Dorando Pietri participe de carrera por todo el mundo. En el Madison Square Garden ese mismo año Pietri volvió a competir con Hayes dando vueltas dentro de la famosa arena de deportes y espectáculos. El tour por Estados Unidos duró un año y Pietri ganó diecisiete carreras de las veintidós en las que participó. Su último maratón fue en la ciudad de Buenos Aires el 24 de mayo del año 1910. Allí hizo su mejor marca, 02:38:48.
Dorando Pietri se retiró en el año 1911. Se instala en Carpi con el dinero obtenido y se dedica a los negocios, donde nunca logra prosperar demasiado. Muere en el año 1942 a los 56 años. Canciones, libros y hasta una miniserie de la RAI dedicados a su vida y su historia. Una carrera le bastó para pasar a la historia grande del deporte, una carrera que no ganó, pero que lo volvió inmortal. Todos los maratonistas del mundo le rendimos homenaje a su esfuerzo sobrehumano al final de cada maratón.