Hacer una cobertura de un maratón sin combinarlo con la experiencia personal no es una tarea imposible, pero cuando se trata de corredores aficionados, como somos casi todos, es justamente esa experiencia personal la que puede motivar a otros corredores a participar de una carrera. Utah Valley Marathon es una de las muchísimas carreras pequeñas que se hacen permanentemente en Estados Unidos. No son fáciles de elegir, al menos para quienes no viven en el país. Los corredores del mundo vamos siempre en busca de las majors, Chicago, New York y Boston, a veces se suman otras grandes carreras como Los Angeles. Pero no todos los eventos deportivos norteamericanos tienen esa magnitud. No son pocos los corredores que quieren una competencia más tranquila, con menos tensión y multitudes abrumadoras. Utah Valley Marathon cumple con estos últimos requisitos y algunos más.
¿Por qué Utah Valley Marathon, ubicada en Provo, Utah, y no otra carrera? La respuesta es sencilla. Hacía años que buscaba una carrera que me quedara relativamente cerca del Monument Valley, el Parque ubicado en la frontera entre los estados de Utah y Arizona, dentro de la reserva navajo y locación de muchas de las mejores películas de la historia del cine, en particular las de John Ford. No hay muchas carreras cerca del Monument Valley, y la condición extra que yo buscaba era una carrera que no estuviera cerca de las fechas de los grandes maratones del mundo. Buscando fechas, buscando lugares, Utah Valley Marathon parecía la elección perfecta o al menos una elección interesante para lanzarme a la aventura.
Correr solo en Chicago, Londres o incluso Tokio no es una experiencia compleja. Todo es fácil de organizar, todo está pensado, hay de todo y por todos lados. Pero cuando uno viaja a esta clase de lugares, lo mejor es ir de a dos. El empujón final que hizo posible el viaje fue ir en pareja. Mientras que ella corría los 10 Km, yo iría por el maratón. Luego de leer, investigar, soñar y planificar, armamos un viaje de maratón y luego unos días de turismo. Por primavera vez iríamos a una ciudad fuera de las más cosmopolitas y gigantescas ciudades de Estados Unidos. No extendamos el suspenso, la experiencia es absolutamente recomendable.
No hay vuelo directo a Salt Lake City desde Buenos Aires, pero con simples conexiones se llega a este aeropuerto y en máximo una hora se llega a la base de la carrera, en la ciudad de Provo. Salt Lake City es la ciudad más grande y más globalizada del estado de Utah, de allí para abajo uno va conociendo las muchísimas variedades de ciudades y el estilo propio del estado. Empezando por Provo, una ciudad pequeña y maravillosa, un lugar que vale la pena conocer y que está orgullosa de su carrera. Se puede contratar con tiempo un transporte desde el aeropuerto, negociar con un taxi o directamente alquilar un auto, que es lo más práctico para moverse por todo el estado, cubriendo claramente las largas distancias que abarca. Las rutas de Estados Unidos no se parecen en nada a las argentinas, es un verdadero placer recorrerlas, sin el estrés de la imprudencia de los conductores. En horas y horas de viajes por todo el estado, no vimos una sola maniobra imprudente.
Aunque el maratón de Utah Valley es pequeño, casi 1000 corredores, todo lo que gira alrededor de la carrera es maravilloso. Sería subestimarla decir que es artesanal, pero en algún aspecto lo es. La expo maratón es en el centro de la ciudad, como hay varias distancias, se acumula un número de corredores, pero el espacio es amplio, cómodo y amable, a punto tal que hasta cuesta irse. Todos los stands tienen algo para ofrecer. Y cuando digo todos, son todos. Cada uno de ellos tiene una rueda para jugar por la posibilidad de ganarse premios. Parece algo menor, pero cuando uno pasa por una docena de esos stands y termina con cuatro remeras nuevas, entonces queda claro que además de divertido, también sirve para traer recuerdos. Remeras de ediciones anteriores están a la venta de oferta, de verdadera oferta, y también es lindo para traer souvenirs de running. Con el kit y una bolsa llena de regalos, el Utah Valley Marathon ya se había ganado nuestro corazón. Todos, absolutamente todos, los que nos cruzamos en la ciudad de Provo fueron amables, cálidos y generosos. La carrera también lo es, da mucho más de lo que uno imagina para carreras pequeñas.
Para ir a la zona de la largada el sistema varía según la distancia. Hay micros para las distancias más largas, todo esto está claramente explicado en la página de la carrera. La idea es que todas largadas son en las afueras de Provo y finalizan en el centro de la ciudad, en la avenida más grande, la South University Avenue, en pleno Dowtown, donde todo el pueblo está alentando a los corredores.
La largada del maratón de muy temprano, a las 6 AM, porque la carrera es en junio y existe una alta probabilidad de altas temperaturas. Se puede arrancar con 11 grados, pero si alguien tarda cuatro horas o más, puede terminar corriendo con una máxima registrada de 30 grados, casi al borde de lo tolerable. Se viaje de noche en micro con el resto de los corredores. Como suele ocurrir en estos casos, uno hace amistad con el corredor que el azar nos coloca en el asiento de al lado. No soy muy sociable, pero el maratón es la gran excepción a eso. Un corredor de Utah, Charles Burtis, se convirtió en mi ocasional camarada y fuimos compartiendo experiencias de carreras anteriores. Oriundo de Utah, Charles corría por séptima vez esta carrera, mientras que su esposa Babette, corría los 10 Km. Nos hicimos amigos al instante, ellos viven el maratón como nosotros, nada más que decir. Me contó que la carrera era rápida, pero con sus pequeñas subidas. Algo de eso ya lo había visto, pero recuerden siempre que cada carrera intenta venderse lo más tentadora posible.
La llegada a la zona de largada era increíble. Al haber viajado todo de noche, no se veía nada, pero ya bajados del micro se veía el paisaje espectacular que nos rodeaba. Utah es uno de los lugares más hermosos que he visto en mi vida. Pero ese amanecer del Oeste me transportó directo al western que había visto en cientos de películas durante toda mi vida. El clima a esa hora era frío, comenzaba amanecer y había tachos con una fogata para calentarse. Había un camión para dejar la ropa antes de la partida y más que suficientes baños químicos. Toda la gente de excelente humor, como en todos los maratones, pero mucho más relajados. La totalidad de la carrera es en concreto, casi no tiene asfalto, y por supuesto no tiene un solo metro de tierra. Recuerden que el circuito está certificado y que sirve para calificar para Boston.
La largada es rápida y sencilla. Un arco pequeño y a correr. En ese momento la temperatura era de unos 11 o 12 grados. Las montañas que nos rodeaban impedían que nos diera el sol. Pasaría una hora completa hasta que el solo pudiera asomarse, el comienzo fue todo al amanecer pero a la sombra. Y como anunciaban, la largada era en bajada, suave pero bajada muy clara. Así es gran parte del recorrido, pero las subidas también son muy fuertes. Correr por granjas al comienzo, viendo a los animales al amanecer, viendo esos paisajes puramente americanos, esos que aprendimos en el cine los que no somos de ahí. En un par de kilómetros, los que íbamos rápido nos separamos del resto, corríamos en grupo de cuatro como máximo, con no pocos momentos de uno o dos solos, solo mirando a la lejanía al corredor que iba adelante. A pesar de que todo es ruta, casi no veíamos a nadie al inicio. Luego sí, con los puestos de hidratación, llegarían los primeros alientos. No era necesario marcar nada, era clarísimo el recorrido.
Es difícil controlar el ritmo en una carrera así, en particular por la fuerza del comienzo al aprovechar la bajada. Luego aparecerán las subidas, dos de las cuales son verdaderamente fuertes y complicadas para sobrellevar. No es una carrera fácil, salvo que la conozcan bien y sean de la zona, de lo contrario requiere mucha estrategia. El valle de Provo provee unas vistas como jamás imaginé ver un maratón de calle. Deer Creek State Park trae un regalo extra, correr viendo cómo pasan ciervos y corren al costado de la ruta. Un verdadero paraíso. Todo es de una belleza abrumadora.
Con el sol cada vez más frecuente, se pasa por la zona donde arrancó el medio maratón, donde surgió una complicación inesperada: el reloj de medir correctamente los kilómetros. Así, el ritmo a partir de allí, debió ser por sensaciones, ya que no había manera de saber a cuando corría por kilómetro o cual era la distancia que faltaba. Un mes y medio antes yo había corrido el maratón de Londres, y el cansancio físico se sentía, pero más el mental. No podía sacar las cuentas para calcular cuánto faltaba. No era tan complicado, porque incluso en el kilómetro 30 había un arco que lo indicaba. El aliento para los que pasábamos el muro. Ya entrábamos en la ciudad. Los alumnos de la Brigham Young University indicaban que nos acercábamos al final. Aun sabiendo eso, no tenía idea de cuánto faltaba, no pude registrar ese arco de treinta. Lo vi, pero no lo entendí. Parece insólito, pero así fue. La temperatura en ese momento pasaba los 26 grados y todo era soleado. No hay edificios altos en Provo y la avenida es ancha.
Agotado, veo entonces un enorme cartel colgando de uno de los pocos edificios de la ciudad. No lo podía creer, en mi mente estaba en el kilómetro 36, pero en realidad ya acababa de pasar el kilómetro 40. No quedaba nada, en serio. Saqué toda la fuerza que quedaba y aceleré. No pude acelerar lo suficiente antes, porque no sabía bien cuanto faltaba. En el pueblo se sentía el aliento de la gente y la llegada era preciosa. Tal vez quien lea esto no lo pueda creer, pero yo estaba seguro que iba a hacer arriba de 03:10:00 y terminé haciendo 03:01:35, un tiempo que me sorprendió y alegró, pero que ni calculé. Llegué con los brazos abiertos. Natalia me esperaba para alentarme y sacarme fotos. No es común que alguien conocido te aliente en la llegada de un maratón que se corre fuera de tu país. Fue muy reconfortante, muy emocionante.
Pasé la meta y me dieron la medalla. Un medallón absurdamente grande y precioso, el mejor de los recuerdos materiales de una carrera así. Fotos de llegada, saludos, felicitaciones y a tirarme en el césped. Todo el cansancio me cayó de golpe y pensé que me desmayaba. Mucho calor sin duda. Recuperado, fui a buscar la bolsa con mi ropa. La bolsa estaba en un sector junto al edificio gubernamental, sin seguridad ni nada. Cada uno agarraba sus cosas sin problemas. Una feria preciosa hacía aun más linda la zona de llegada. Para los que había hecho tiempo clasificatorio para Boston, había una remera de regalo. ¡Otra remera más! Y solo restaba sentarse a esperar los podios. En los 10 Km Natalia tuvo su podio en categoría y yo me llevé mi primer puesto en la mía. Me costó subir al podio, y aunque subí a lo más alto, mis compañeros de categoría quedaban a la misma altura. Puesto veinticinco en la general de la carrera y una sensación de felicidad que me llenaba el corazón.
Al otro día vendría el viaje hacia Monument Valley, conociendo todo los hermosos pueblos en el camino, incluyendo Bluff, Blanding y el más turístico Moab. Del Monument Valley mejor no empezar a hablar, porque merecería un libro, así como mereció grandes películas. Pero la sensación de pertenencia y calidez que nos dio Provo fue un regalo que jamás imaginé. Desde los empleados del hotel Provo Marriott, ubicado también el Downtown, que aunque fuera un hotel de una cadena, no se parecían en nada a todo lo que yo conocí. También allí hicimos un amigo, Dallas Hunt, un joven misionero de la LDS que había estado en Argentina y con quien pudimos aprender mucho de la ciudad. Cuando planificamos el viaje no calculamos eso y lamentamos no quedarnos más tiempo. La biblioteca de la ciudad es extraordinaria y muy activa, los paisajes tan bellos como los describí y la sensación de estar en un lugar alejado del caos y el estrés se siente a cada paso.
Como broche de oro, un mes más tarde de la carrera, llega un sobre. ¿Qué contenía esa sobre? Una pequeña chapa para engancharle a la cinta de la medalla del maratón. La chapa decía mi nombre y mi tiempo oficial. No necesitaba eso para enamorarme más del Utah Valley Marathon y de Provo, pero sin embargo logró que sucediera. Así son los viajes y los maratones, un cree que está de paso, pero a veces deja su corazón en esos lugares. “Creo que mi corazón está aquí” dice Hallie, la protagonista de The Man Who Shot Liberty Balance (John Ford, 1962), refiriéndose al oeste. Algo de nosotros se quedó en Provo para siempre, por su gente, por su forma de vivir, y también por su maratón.